Únicamente durante el año 2021, las grandes tecnológicas invirtieron un total de 264.000 millones de dólares en comprar pequeñas startups relacionadas, o no, con su sector. En total, se produjeron una suma de 9222 operaciones que han sido valoradas en menos de 1000 millones de dólares cada una, según recoge Financial Times sirviéndose de los datos de Refinitiv. La cuantía no es casualidad: y es que cada operación por un valor inferior a los 922 millones de dólares está exenta de ser supervisada por el regulador estadounidense.
Para entender la magnitud de las operaciones es importante acudir al pasado. Entre los años 2010 y 2019, únicamente se contaron 819 operaciones entre las cinco grandes (Amazon, Alphabet, Meta, Apple y Microsoft).
Barry Lynn, director del Open Markets Institute, afirma que «estas compras son malas. Porque hacen a estas compañías mucho más poderosas. Incrementando su poder sobre la gente con la que trabajan, sobre los mercados de capitales y los inversores. Y bloquean la competencia que puede dar lugar a la innovación«.
Joseph Schumpeter se adelantó a todo a esta realidad en la década de los 50. Inaugurando el concepto de destrucción creativa. Entendiéndose como el fenómeno que surge cuando las empresas más productivas, con mejores productos o modelos de negocio, crecen mucho más rápido que las menos productivas. Y, por ende, terminan relegadas siempre a una posición de dominación o, en último término, enfocadas a la desaparición.
El problema de las concentraciones de poder en tecnología
Que las grandes tecnológicas concentran hoy más poder de lo que nunca antes habían hecho no es ningún secreto para nadie. La gobernanza de la mayoría de los países del contexto actual se encuentra lidiando contra ellas estableciendo nuevas batallas legislativas que logren evitar un establecimiento de monopolios cada vez más presente. Tanto es así que muchas de estas empresas ya han logrado enfrentarse de tú a tú con gobiernos mundiales. Y, en algunos casos, no han salido del todo malparadas.
La realidad ahora es bien diferente a la que nos encontrábamos hace apenas unos cuantos años. Se ha pasado de apoyar a dichas empresas en pro de un fomento de la innovación a establecer demandas concadenadas por violación de las leyes antimonopolio y de libre competencia.
¿Por qué este pivote en la política mundial? La explicación se encuentra en el poder superlativa que han desarrollado. En el caso de Apple, por ejemplo, desde el año 2011 las cifras afirman que tiene más efectivo que el propio Gobierno de Estados Unidos. Un buen ejercicio de reflexión para conocer el alcance de la legislación en torno a este escenario.
En el caso de Alphabet, otra de las grandes implicadas, nos encontramos con un nivel de riqueza que equivale, prácticamente en su totalidad, a toda África. El valor de mercado de la compañía estadounidense se estima en 1,7 millones de dólares. O, lo que es lo mismo, el valor equivalente a 40 estados africanos. Es decir, todos los territorios del continente a excepción de los más ricos: Sudáfrica, Argelia, Nigeria y Egipto.
Para qué explorar si podemos explotar
En el inicio de este artículo hemos desgranado algunos de los datos que nos sirven para poder dimensionar el número de operaciones que están realizando estas compañías durante los últimos meses en comparación con lustros anteriores. La tendencia durante los últimos años parece que ha dejado de ser la exploración de nuevas innovaciones que ayuden a impulsar el mercado por la explotación de startups de un nivel inferior que les permitan mantener el control del mercado y garantizarse sus posibilidades en términos de innovación. O, como diría Schumpeter, garantizar la destrucción creativa. Siempre bajo una perspectiva de un mayor control económico del mercado por encima de cualquier otra inquietud.
Si damos unos pasos atrás en el tiempo, nos encontramos con un tablero dividido en:
- Facebook y su capacidad para cambiar por completo la forma en la que las personas se comunican.
- Google y su redinifición de la publicidad digital y de la intención de búsqueda por parte del usuario.
- Apple y su impulso por el smartphone, democratizando el acceso al mismo y sirviendo de inspiración para el resto de las compañías que han llegado.
- Amazon y su pasión por haber cambiado las reglas del juego en el sector retail.
Y ahora, ¿dónde está esta iniciativa hacia la innovación?
La dificultad del crecimiento de las startups ante la hegemonía de las Big Tech
Las startups que logran hacerse un hueco en el mercado a base de ideas disruptivas y fórmulas innovadoras crecen a un ritmo mucho más lento de lo que ocurría hace algunas décadas. Y, por sorprendente que parezca, la razón la encontramos en el freno que han logrado colocar en el mercado las GAFAM.
Las tecnologías que durante los últimos años han patentado las empresas mencionadas previamente han logrado establecer un marco ubicado dentro de la 4ª Revolución Industrial que impide desarrollar los proyectos con la celeridad que hace unos años hubiera sido posible alcanzar.
Las Big Tech no solo logran frenar el crecimiento de empresas de menor tamaño gracias a sus recursos económicos y su capacidad para incrementar sus plantillas siempre que resulta necesario. Su gran secreto, sin embargo, no es todo lo anterior. Sino sus bases de datos. La gran cantidad de datos que son generados a partir tanto de productos complementarios como de su actividad principal les permite poder anticiparse a las necesidades de sus usuarios. Incluso cuando éstos todavía no son realmente conscientes de sus necesidades. Teniendo un mayor número de opciones para pivotar cualquiera de sus estrategias en el menor tiempo posible.
El software como punto de inflexión
En un creciente número de industrias, las compañías que lideran el mercado son capaces de emplear sistemas de información que les ayudan a diferenciarse de sus competidores y posicionarse por encima de ellos. Para ello, se utiliza un tipo de software específico que permite gestionar todos los procesos a los que tienen que enfrentarse.
El uso de los grandes sistemas de datos y de la ventaja competitiva del desarrollo de software propio permite proponer un contenido mucho más adaptado a las necesidades de los clientes.
Según los datos que maneja el MIT, las empresas invierten en software interno más de 240.000 millones de dólares cada año. En el año 1985, la cantidad era de 19.000 millones de dólares. De acuerdo a la misma fuente, las cuatro principales compañías que lideran cada industria han llegado a multiplicar por 8 su inversión en su propio software desde el año 2000. Esto les ha permitido aumentar su cuota de mercado entre un 4 y un 5% en la mayoría de los casos. Aumentando, al mismo tiempo, su ventaja competitiva de manera exponencial.
Tecnología vs innovación
La posibilidad de que las empresas que ocupan los primeros puestos en sus respectivas áreas abandonen la posición que tienen en la actualidad se ha reducido desde un 20 a un 10%. La explicación la encontramos en, cómo no, la tecnología. Las empresas se han dado cuenta de que existe una gran capacidad para ahorrar una importante cantidad de dinero a base de producir en masa. No solo es el consumidor el que tiene la oportunidad de poder acceder a sus productos favoritos a un coste mucho más contenido. Las empresas también logran una producción estandarizada una optimización de sus recursos. Sin embargo, existía un importante desafío a superar: la incapacidad de personalizar la experiencia de usuario. ¿Y cuál es la respuesta más efectiva? El software.
La llegada del software ha permitido a las empresas continuar ahorrando costes en la producción, pero logrando adaptar sus productos y servicios a las necesidades individuales. Y, para ello, ofrece una gran variedad de opciones y de funcionalidades capaces de exprimir todas sus posibilidades. Las empresas de mayor tamaño, que también son las que invierten una mayor cantidad de dinero en software, han logrado encontrar el equilibrio idóneo. Y, por ende, siempre tienen la capacidad de poder adaptarse a las necesidades cambiantes de sus clientes. La conocida frase de Henry Ford, «un cliente puede tener su automóvil del color que desee, siempre y cuando desee que sea negro«, ahora, ya no tiene sentido. El software ha dejado de obligar a que el cliente tenga que optar por el negro.
La regulación o el arte de matar a la innovación
La Digital Market Act ha sido aprobada precisamente para actuar como freno ante el aumento de poder de las GAFAM. Según ésta, se contemplan multas de hasta el 20% de la facturación total de las empresas que incurran en problemas legales relacionados con las políticas monopolísticas. Se trata del movimiento regulatorio más importante de la Unión Europea para atacar de manera directa al poder alcanzado por parte de las grandes tecnológicas. Evitando en todo momento la capacidad de las mismas para ser relevantes en el mercado.
La regulación parece ser la única fórmula que existe en el entorno actual para evitar más fusiones y adquisiciones. Pese a ello, parece que todavía tenemos por delante un largo camino por recorrer hasta encontrar un equilibrio lo suficientemente contrastado como para poder volver a impulsar la innovación sin riesgo.
¿Qué nos deparará el futuro? Únicamente los gobiernos, las GAFAM (y ahora Elon Musk), tienen la respuesta.