Corría el año 1999 cuando Zygmunt Bauman, uno de los pensadores con mayor influencia del Siglo XXI, se apoyó en la sociología para describir la modernidad. El filósofo, de origen judío y fallecido a los 91 años, fue de los primeros en tomar conciencia de la precariedad, la ausencia de la tan criticada (y necesaria para la mente y el desarrollo) procrastinación y del agotamiento social que iba a definir el futuro. Y, para todo ello, decidió utilizar el concepto de liquidez. Abordándolo desde su perspectiva más amplia: su capacidad para diluir todo lo que se encuentra a su paso.
El terremoto que cambió nuestras mentes
Portugal vivió en el año 1755 uno de los acontecimientos que no solo cambió el curso de su historia. También el desarrollo y la organización social tal y como estaban concebidas: el terremoto de Lisboa. No solo fue el fin de lo material, sino también de lo intelectual.
Siguiendo con el autor anterior, fue este el punto en el que dio comienzo la modernidad según el mismo. Esta catástrofe inició la transición de lo divino a la racional. La sociedad dejó de creer en la religión para dar paso a la ciencia. Un recorrido que ya hicieron otros pensadores en épocas pasadas y que, ahora, se inmiscuía de lleno en el plano social. La ilustración, por ejemplo, fue el mejor ejemplo de ello. Presente hasta el inicio del Siglo XIX, apostaba por lo sólido. Fábricas, construcciones, modelos de organización que buscaban desafiar al paso del tiempo y hacerse inherentes al mismo. Se trataba de apostar por fórmulas con poso, que permaneciesen en la sociedad con la solidez requerida.
Liquidez: Comprometidos con nada, para siempre
El concepto de liquidez define a una sociedad que presume de estar comprometida con nada, pero para siempre. Nuestra mayor preocupación consiste en reunir todos los ingredientes que impriman la flexibilidad que necesitamos para que todo se encuentre siempre en constante cambio. Expuestos a una creación de oportunidades que permite desechar las anteriores.
El mercado laboral es, probablemente, el máximo exponente de esta liquidez. Junto a, cómo no, las relaciones sociales. Esta cuestión ya fue abordada por otro de los filósofos de mayor notoriedad: Richard Sennet. Según su obra, un trabajador cambia de trabajo, a lo largo de su trayectoria profesional, once veces. La cohesión con la empresa, y el sentimiento de pertinencia, son cada vez más débiles.
Cuando la pandemia impulsó la posmodernidad
España es un país con características únicas. En lo referente a la organización del trabajo, el impacto de la tecnología y el aprovechamiento de la misma ha ido, demostrado con datos, con cierto retraso con respecto al resto de nuestros socios europeos. La pandemia nos ayudó a derribar esas fronteras que la posmodernidad diluyó varias décadas atrás.
Ahora, el mercado laboral español oferta puestos de trabajo que permiten, en la mayoría de los casos, el desempeño de sus funciones desde cualquier lugar. Las tiendas online nos permiten comprar nuestros productos favoritos sin necesidad de tener que salir de casa. La tecnología de Realidad Aumentada nos invita a visitar cualquier destino sin movernos del sofá. Y las aplicaciones móviles nos permiten tener relaciones, sociales o sentimentales, a golpe de dedo.
El desconcierto de lo inconsistente: de la liquidez a la humedad de lo digital
Hoy, las pantallas rigen nuestras relaciones. Y lo hacen, además, de forma transversal: sociales, laborales, sentimentales, etc. Antonio Rodríguez De Las Heras se desmarcó en el año 2019 del concepto de liquidez y dio un paso más allá. Haciendo uso del término de humedad. Según el mismo, nos encontramos en un escenario tan desconcertante que se caracteriza por la inconsistencia de todo lo que, hasta el momento actual, se mantenía firme. Generando un desconcierto de la inconsistencia.
Las creencias que teníamos interiorizadas han sufrido un proceso de «reblandecimiento», en palabras del propio De Las Heras. Ahora, toda la información que nos muestran las pantallas es tan inconsistente como fugaz. La referencia de la oralidad digital ha roto los esquemas de perdurabilidad de las expresiones escritas. Habiendo retrocedido en la concepción de seguridad que, hasta este momento, se antojaba como protagonista.
La oralidad ha desbancado a la palabra
La aparición de la escritura fue un elemento clave para la perdurabilidad de la cultura. A través de la palabra escrita, la sociedad establecía trazos de gran durabilidad que permitían lidiar con el paso del tiempo y favorecer la transmisión del conocimiento de un modo muy efectivo y, sobre todo, seguro. A través de ella, se logra lidiar contra la temporalidad que define a la palabra.
La digitalización ha traído consigo la, en palabras de De Las Heras, la oralidad digital. Un tipo de lenguaje que permite narrar todo lo que acontece al paso del tiempo pero que, al mismo tiempo, también ofrece la opción de cambiar cualquier detalle de nuestro relato, en cualquier momento, sin dejar huella. Generando una pérdida de certeza causada por la sobreinformación que impacta directamente en el poder de la transmisión cultural.
El impacto en la organización del trabajo
Todo lo descrito anteriormente también tiene un impacto en la forma en la que nos organizamos laboralmente. Y, por tanto, en la vida de las personas. Los entornos flexibles requieren de la implantación de ciertos sistemas que actúen como estructuras y que, dentro de la libertad, permiten guiar a los equipos hacia la consecución de unos objetivos en común. Las herramientas de comunicación interna, por ejemplo, son una buena muestra de ello.
Las organizaciones deben vertebrar su actividad hacia filosofías de trabajo que permitan evitar la dinámicas de vigilancia, en pro de filosofías que permitan establecer controles de trabajo tanto cuantitativos como cualitativos. Adaptándose en todo momento no solo a las necesidades del propio trabajador, sino también de la empresa de la que forma parte.
Una sociedad cada ves más maleable puede suponer un arma de doble filo que únicamente a partir de los mecanismos de evaluación va a ser posible delimitar y convertirlo en un valor añadido de nuestro día a día.